domingo, 10 de diciembre de 2017

La comunicación y el camino para resolver conflictos culturales


El acervo cultural de un pueblo está contenido en su lenguaje. Es a través de la comunicación que una comunidad da cuenta de lo que es, de sus raíces, de qué la caracteriza, qué representa, qué piensa y cómo se relaciona. La comunicación en la atención y solución de conflictos culturales en América Latina -dónde la diversidad cultural es una gran riqueza y las brechas sociales siguen estando marcadas, desde la colonización hasta nuestros días-  resulta fundamental para el reconocimiento del otro, el consenso y la mejor convivencia.

Para iniciar, es importante definir los principales términos de los que aquí se hablará, según el Diccionario de la Real Academia Española, útil para partir del concepto básico/común de cada uno. Cultura es el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social…”. Lenguaje, el “conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente”. Comunicación, “trato, correspondencia entre dos o más personas” y conflicto, “problema, cuestión, materia de discusión”.
Al entender a las sociedades como grupos poblacionales que conviven a partir de “acuerdos” y normas comunes, se da un valor generador y transformador a la comunicación. Bien vale considerar que “las culturas están hechas de procesos de comunicación, y todas las formas de comunicación se basan en la producción y el consumo de signos” (Castells, 1996, en Torres, 2013), porque se sabe que cultura implica hablar de historia y de historias se nutre la comunicación.
Desde la colonización, América Latina es culturalmente híbrida -característica socio-cultural cada vez más “evidente” por la globalización-; por imposición terminamos adoptando prácticas, normas y vocabulario de los blancos; pero también conservamos algunas costumbres y creencias de nuestros ancestros; como producto procesos de emancipación, se dio una fusión, incluso racial (el mestizaje).
Los conflictos culturales en la sociedad latinoamericana se acrecientan también por la condición tercermundista y un creciente interés de imitar o alcanzar el nivel de las naciones desarrolladas, muy bien vendidas a través de los medios masivos de información, lo que representa en muchos casos pérdida de identidad y del valor por la diferencia. Contexto en el que la comunicación se enfrenta a un gran reto que exige reconocimiento propio, del entorno y de los demás.
“La comunicación entre redes y actores sociales depende de modo creciente de códigos culturales compartidos” (Castells, 1999, en Torres, 2013). Así, los procesos de diálogo ante los conflictos culturales deben empezar por identificar qué compartimos, qué nos particulariza, qué nos diferencia, qué queremos y qué podemos acordar…
Importante mención hace Quijano (1998) sobre lo que dicen de la cultura de una sociedad los modos de conocer y de producir conocimiento. La manera de relacionarnos y de acceder a la información; la estructura social, organizativa y política; el cómo nos adaptamos al entorno y/o reconstruimos a partir del contexto; el pensamiento; los intereses, etcétera, dicen lo que somos culturalmente.
Aunque todavía existen culturas ampliamente diferenciables, vale la pena reiterar que hoy lo común es encontrar culturas que se han nutrido de otras o que han sido permeadas,   ambientadas por la globalización, por las nuevas formas de comunicarnos y de desplazarnos, por la inmediatez en el acceso a gran cantidad de información no solo local sino global, lo que no necesariamente debería significar algún tipo de detrimento cultural, sino más bien una oportunidad de fortalecimiento, enriquecimiento, consenso y convivencia, con la comunicación como base; pues en realidad no estamos obligados a la imitación ni a permitir la marginalidad.
La comunicación abre caminos a la conservación de lo que somos, de nuestra identidad; no negando la imperiosa globalización y los impositivos círculos de poder; todo lo contrario,  reconociéndoles y estableciendo límites, posturas. No importa quién o qué nos “colonice”, creo que siempre tendremos la oportunidad de subvertir lo que nos quieran imponer y quedarnos con lo que nos permita seguir siendo quienes somos.
Los problemas culturales se desprenden en su mayoría de la mala distribución del poder y de la riqueza, patrones de dominación que persisten y que desde la mediación cultural, y la comunicación como enfoque, es posible manejar; más cuando este tipo de relaciones de autoridad históricamente se han considerado como necesarias, entre quien se quiere imponer, el que lo permite y el que se rebela.
Quijano (1998) habla de la identidad negativa, concepto que infortunadamente sigue vigente. Hemos conocido casos de discriminación  y menosprecio a “indios” y “negros”, a pobres y campesinos (así estos últimos sean “ricos”), de rechazo y de burla. Aunque la inclusión, igualdad y equidad están en aparente auge, todavía hay mucho por luchar; la educación de calidad para todos y la participación ciudadana, por ejemplo.
Entre otras, la aún presente supremacía de lo masculino; el afán de querer replicar otras culturas; el desmedido interés en nuevos mercados; la globalización de la música (una importante expresión cultural que cada vez resulta más comercial); el abandono del campo y la migración hacia las ciudades; la “despreocupación cultural” de las nuevas generaciones, y la notable reducción de los espacios de diálogo, son situaciones que exigen una comunicación consciente.
Un verdadero conocimiento del yo y del otro es el primer paso para disipar los conflictos culturales, respetando las raíces, percepciones, actitudes, costumbres, tradiciones, intereses, derechos, maneras de comunicarse... aplicando el postulado de Peters (1999) "comprender la comunicación es comprender mucho más" (citado por Fuentes, 2015, 25), y lo dicho por Carey (1989) frente a que la comunicación mantiene, repara y transforma la realidad.
Desde la comunicación, la propuesta para la atención y solución de los conflictos culturales  es la mediación cultural, proceso que debe tener en cuenta simultáneamente la unidad -visión compartida y principios básicos que vinculan- y la diversidad -innovaciones que surgen y que permiten crecer- (Giménez, 2001, 59-110).
La mediación intercultural es una modalidad de intervención de terceras partes, en y sobre situaciones sociales de multiculturalidad significativa, orientada hacia la consecución del reconocimiento del otro y el acercamiento de las partes, la comunicación y comprensión mutua, el aprendizaje y desarrollo de la convivencia, la regulación de los conflictos y la adecuación institucional, entre actores sociales o institucionales etnoculturalmente diferenciados (Giménez, 1997, 142).
La mediación requiere de la comunicación, y la facilita. Esta última debe ser asertiva, no debe dar pie a malas interpretaciones, y de escucha empática -que según Covey (en Codina, 2004, 15) es "entrar en el marco de referencia de la otra persona, ver las cosas a través de ese mundo, como lo ve la otra persona, comprender su paradigma, identificar lo que siente"-. Una comunicación donde los intereses estén claros y que busque el beneficio mutuo. Importante tener en cuenta que en un proceso de mediación hay que enfrentar al problema, no a las personas, postulado del método Fisher y Ury, analizado por Giménez.
Debe ser una mediación que pueda medirse, que permita comprobación de acuerdos y efectos, así como de mejoras de la relación entre las partes, y su comunicación. Desde el reconocimiento mutuo, el respeto por la diferencia, el interés por el otro, y la disponibilidad para ponerse en los pantalones de los demás y dejar de lado los prejuicios.
Aquí vale la pena destacar la consideración de Giménez (2001, 93) sobre la metodología transformativa de Bush y Folger, y la importancia de no centrarse en los acuerdos si en transformar la relación entre las partes, creo que así la mediación propicia una convivencia en mayor sostenible y perdurable. Y del modelo narrativo de Sara Coob, que hace énfasis en la comunicación, concebida como un todo, las partes más el mensaje; lo verbal y lo no verbal. Teniendo como base que siempre comunicamos, incluso sin necesidad de pronunciar palabra alguna.
Este último modelo hace énfasis en las narrativas y las historias. Sugiere ampliar las diferencias (intereses, no lo dicho antes sobre el respeto a la diferencia) para propiciar otras posibles alternativas de acuerdo. Además, habla de legitimar a las personas, como una buena manera de empezar a resolver las tensiones de poder o segregación, y de buscar cambiar el significado, las historias previas por una historia alternativa co-construida por las partes. Y así, permitir la creación de un nuevo contexto.
Adicionalmente, hace énfasis en el contenido y en las relaciones, para facilitar con ello que la mediación cultural sí ayude a la resolución de los conflictos culturales, incluidos los generados por el desplazamiento y la migración tanto de familias como de mayores grupos poblacionales, situación tan común en nuestro país, por cuenta de la violencia y el conflicto interno.
En conclusión, la comunicación como facilitador de la mediación cultural (y viceversa) debe asumirse como una oportunidad para propiciar la mejor convivencia entre todos; con el inventario cultural que se teje alrededor de la lengua y las maneras de comunicarse, como telón de fondo. Repertorio que está en constante evolución gracias, entre otros factores, a las nuevas tecnologías, que así como para algunos aportan a la construcción cultural, para otros, también la desdibujan. La invitación es a asumir que todo termina siendo un tema conocimiento y reconocimiento de quiénes somos, qué queremos ser y cómo queremos convivir.



Referencias
Codina Jiménez, A. (2004). Saber escuchar. Un intangible valioso. Intangible capital, (3)
Fuentes, R. (2015). La dimensión ontológica: la comunicación como problema, como recurso y como solución. En, Centralidad y marginalidad de la comunicación y su estudio, (Pp.. 11-49). ITESO. Recuperado de https://rei.iteso.mx/bitstream/handle/11117/3002/Centralidad%20y%20marginalidad.pdf?sequence=2
Giménez, C. (1997). La naturaleza de la mediación intercultural. Migraciones. Publicación del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones, (2), 125-159. Recuperado de https://revistas.upcomillas.es/index.php/revistamigraciones/article/view/4888/4712
Giménez, C. (2001). Modelos de mediación y su aplicación en mediación intercultural. Migraciones. Publicación del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones, (10), 59-110.
Quijano, A. (1998). Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina. En, Ecuador Debate (agosto 1998), (pp. 227-238). Recuperado de http://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/6042/1/RFLACSO-ED44-17-Quijano.pdf
Torres, E; (2014). Comunicación y cultura en Manuel Castells: exploraciones del periodo 1996-2009. Athenea Digital. Revista de Pensamiento e Investigación Social, 14(Pp. 355-373). Recuperado de http://indicadorescti.gob.mincyt.mincyt.mincyt.redalyc.org/articulo.oa?id=53730481016

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