El
acervo cultural de un pueblo está contenido en su lenguaje. Es a través de la
comunicación que una comunidad da cuenta de lo que es, de sus raíces, de qué la
caracteriza, qué representa, qué piensa y cómo se relaciona. La comunicación en
la atención y solución de conflictos culturales en América Latina -dónde la
diversidad cultural es una gran riqueza y las brechas sociales siguen estando
marcadas, desde la colonización hasta nuestros días- resulta fundamental para el reconocimiento del
otro, el consenso y la mejor convivencia.
Para
iniciar, es importante definir los principales términos de los que aquí se
hablará, según el Diccionario de la Real Academia Española, útil para partir
del concepto básico/común de cada uno. Cultura es el “conjunto de modos de vida
y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico,
industrial, en una época, grupo social…”. Lenguaje, el “conjunto de sonidos articulados
con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente”. Comunicación, “trato,
correspondencia entre dos o más personas” y conflicto, “problema, cuestión,
materia de discusión”.
Al
entender a las sociedades como grupos poblacionales que conviven a partir de “acuerdos”
y normas comunes, se da un valor generador y transformador a la comunicación.
Bien vale considerar que “las culturas están hechas de procesos de
comunicación, y todas las formas de comunicación se basan en la producción y el
consumo de signos” (Castells, 1996, en Torres, 2013), porque se sabe que cultura
implica hablar de historia y de historias se nutre la comunicación.
Desde
la colonización, América Latina es culturalmente híbrida -característica socio-cultural
cada vez más “evidente” por la globalización-; por imposición terminamos
adoptando prácticas, normas y vocabulario de los blancos; pero también
conservamos algunas costumbres y creencias de nuestros ancestros; como producto
procesos de emancipación, se dio una fusión, incluso racial (el mestizaje).
Los
conflictos culturales en la sociedad latinoamericana se acrecientan también por
la condición tercermundista y un creciente interés de imitar o alcanzar el
nivel de las naciones desarrolladas, muy bien vendidas a través de los medios
masivos de información, lo que representa en muchos casos pérdida de identidad
y del valor por la diferencia. Contexto en el que la comunicación se enfrenta a
un gran reto que exige reconocimiento propio, del entorno y de los demás.
“La
comunicación entre redes y actores sociales depende de modo creciente de
códigos culturales compartidos” (Castells, 1999, en Torres, 2013). Así, los
procesos de diálogo ante los conflictos culturales deben empezar por
identificar qué compartimos, qué nos particulariza, qué nos diferencia, qué
queremos y qué podemos acordar…
Importante
mención hace Quijano (1998) sobre lo que dicen de la cultura de una sociedad los
modos de conocer y de producir conocimiento. La manera de relacionarnos y de acceder
a la información; la estructura social, organizativa y política; el cómo nos
adaptamos al entorno y/o reconstruimos a partir del contexto; el pensamiento; los
intereses, etcétera, dicen lo que somos culturalmente.
Aunque
todavía existen culturas ampliamente diferenciables, vale la pena reiterar que hoy
lo común es encontrar culturas que se han nutrido de otras o que han sido
permeadas, ambientadas por la
globalización, por las nuevas formas de comunicarnos y de desplazarnos, por la
inmediatez en el acceso a gran cantidad de información no solo local sino
global, lo que no necesariamente debería significar algún tipo de detrimento
cultural, sino más bien una oportunidad de fortalecimiento, enriquecimiento,
consenso y convivencia, con la comunicación como base; pues en realidad no
estamos obligados a la imitación ni a permitir la marginalidad.
La
comunicación abre caminos a la conservación de lo que somos, de nuestra
identidad; no negando la imperiosa globalización y los impositivos círculos de
poder; todo lo contrario, reconociéndoles y estableciendo límites,
posturas. No importa quién o qué nos “colonice”, creo que siempre tendremos la
oportunidad de subvertir lo que nos quieran imponer y quedarnos con lo que nos
permita seguir siendo quienes somos.
Los
problemas culturales se desprenden en su mayoría de la mala distribución del
poder y de la riqueza, patrones de dominación que persisten y que desde la
mediación cultural, y la comunicación como enfoque, es posible manejar; más
cuando este tipo de relaciones de autoridad históricamente se han considerado
como necesarias, entre quien se quiere imponer, el que lo permite y el que se
rebela.
Quijano
(1998) habla de la identidad negativa, concepto que infortunadamente sigue vigente.
Hemos conocido casos de discriminación y
menosprecio a “indios” y “negros”, a pobres y campesinos (así estos últimos
sean “ricos”), de rechazo y de burla. Aunque la inclusión, igualdad y equidad
están en aparente auge, todavía hay mucho por luchar; la educación de calidad para
todos y la participación ciudadana, por ejemplo.
Entre
otras, la aún presente supremacía de lo masculino; el afán de querer replicar
otras culturas; el desmedido interés en nuevos mercados; la globalización de la
música (una importante expresión cultural que cada vez resulta más comercial);
el abandono del campo y la migración hacia las ciudades; la “despreocupación
cultural” de las nuevas generaciones, y la notable reducción de los espacios de
diálogo, son situaciones que exigen una comunicación consciente.
Un
verdadero conocimiento del yo y del otro es el primer paso para disipar los
conflictos culturales, respetando las raíces, percepciones, actitudes,
costumbres, tradiciones, intereses, derechos, maneras de comunicarse...
aplicando el postulado de Peters (1999) "comprender la comunicación es
comprender mucho más" (citado por Fuentes, 2015, 25), y lo dicho por Carey
(1989) frente a que la comunicación mantiene, repara y transforma la realidad.
Desde
la comunicación, la propuesta para la atención y solución de los conflictos
culturales es la mediación cultural,
proceso que debe tener en cuenta simultáneamente la unidad -visión compartida y
principios básicos que vinculan- y la diversidad -innovaciones que surgen y que
permiten crecer- (Giménez, 2001, 59-110).
La
mediación intercultural es una modalidad de intervención de terceras partes, en
y sobre situaciones sociales de multiculturalidad significativa, orientada
hacia la consecución del reconocimiento del otro y el acercamiento de las
partes, la comunicación y comprensión mutua, el aprendizaje y desarrollo de la
convivencia, la regulación de los conflictos y la adecuación institucional,
entre actores sociales o institucionales etnoculturalmente diferenciados
(Giménez, 1997, 142).
La
mediación requiere de la comunicación, y la facilita. Esta última debe ser
asertiva, no debe dar pie a malas interpretaciones, y de escucha empática -que
según Covey (en Codina, 2004, 15) es "entrar en el marco de referencia de
la otra persona, ver las cosas a través de ese mundo, como lo ve la otra
persona, comprender su paradigma, identificar lo que siente"-. Una
comunicación donde los intereses estén claros y que busque el beneficio mutuo. Importante
tener en cuenta que en un proceso de mediación hay que enfrentar al problema,
no a las personas, postulado del método Fisher y Ury, analizado por Giménez.
Debe
ser una mediación que pueda medirse, que permita comprobación de acuerdos y
efectos, así como de mejoras de la relación entre las partes, y su
comunicación. Desde el reconocimiento mutuo, el respeto por la diferencia, el interés
por el otro, y la disponibilidad para ponerse en los pantalones de los demás y
dejar de lado los prejuicios.
Aquí
vale la pena destacar la consideración de Giménez (2001, 93) sobre la
metodología transformativa de Bush y Folger, y la importancia de no centrarse
en los acuerdos si en transformar la relación entre las partes, creo que así la
mediación propicia una convivencia en mayor sostenible y perdurable. Y del
modelo narrativo de Sara Coob, que hace énfasis en la comunicación, concebida
como un todo, las partes más el mensaje; lo verbal y lo no verbal. Teniendo
como base que siempre comunicamos, incluso sin necesidad de pronunciar palabra
alguna.
Este
último modelo hace énfasis en las narrativas y las historias. Sugiere ampliar
las diferencias (intereses, no lo dicho antes sobre el respeto a la diferencia)
para propiciar otras posibles alternativas de acuerdo. Además, habla de
legitimar a las personas, como una buena manera de empezar a resolver las
tensiones de poder o segregación, y de buscar cambiar el significado, las
historias previas por una historia alternativa co-construida por las partes. Y
así, permitir la creación de un nuevo contexto.
Adicionalmente,
hace énfasis en el contenido y en las relaciones, para facilitar con ello que
la mediación cultural sí ayude a la resolución de los conflictos culturales,
incluidos los generados por el desplazamiento y la migración tanto de familias
como de mayores grupos poblacionales, situación tan común en nuestro país, por
cuenta de la violencia y el conflicto interno.
En
conclusión, la comunicación como facilitador de la mediación cultural (y
viceversa) debe asumirse como una oportunidad para propiciar la mejor
convivencia entre todos; con el inventario cultural que se teje alrededor de la
lengua y las maneras de comunicarse, como telón de fondo. Repertorio que está
en constante evolución gracias, entre otros factores, a las nuevas tecnologías,
que así como para algunos aportan a la construcción cultural, para otros, también
la desdibujan. La invitación es a asumir que todo termina siendo un tema conocimiento
y reconocimiento de quiénes somos, qué queremos ser y cómo queremos convivir.
Referencias
Codina
Jiménez, A. (2004). Saber escuchar. Un intangible valioso. Intangible capital,
(3)
Fuentes,
R. (2015). La dimensión ontológica: la comunicación como problema, como recurso
y como solución. En, Centralidad y marginalidad de la comunicación y su
estudio, (Pp.. 11-49). ITESO. Recuperado de https://rei.iteso.mx/bitstream/handle/11117/3002/Centralidad%20y%20marginalidad.pdf?sequence=2
Giménez,
C. (1997). La naturaleza de la mediación intercultural. Migraciones.
Publicación del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones, (2),
125-159. Recuperado de https://revistas.upcomillas.es/index.php/revistamigraciones/article/view/4888/4712
Giménez,
C. (2001). Modelos de mediación y su aplicación en mediación intercultural.
Migraciones. Publicación del Instituto Universitario de Estudios sobre
Migraciones, (10), 59-110.
Quijano,
A. (1998). Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina.
En, Ecuador Debate (agosto 1998), (pp. 227-238). Recuperado de http://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/6042/1/RFLACSO-ED44-17-Quijano.pdf
Torres,
E; (2014). Comunicación y cultura en Manuel Castells: exploraciones del periodo
1996-2009. Athenea Digital. Revista de Pensamiento e Investigación Social,
14(Pp. 355-373). Recuperado de http://indicadorescti.gob.mincyt.mincyt.mincyt.redalyc.org/articulo.oa?id=53730481016
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